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Continuando con mis relatos de viajes familiares a mundos fantásticos, iniciada con Lanparís, hoy le toca el turno a Ikea. Porque Ikea no es una tienda de muebles; Ikea es un universo paralelo. Y todo comienza con una estantería…
La primera vez que entras en Ikea te sientes como Frodo camino de Mordor. Con lo bien que se vivía en Bolsón Cerrado, recién independizado, con tu pipa, tus cervezas… y resulta que necesitamos una estantería para colocar los libros que te has traído de casa de tus padres y tenías en una caja de cartón. Y aparece el listillo de Gandalf, que tó lo sabe, te come la cabeza, te da unas instrucciones básicas sobre la Tierra Media y te lanzas a la aventura sin saber lo que te espera.
Porque si Gollum hubiera sabido lo que le esperaba, habría vuelto a tirar el anillo al río. Y yo habría dejado los libros en la caja de cartón o en un banco del parque, joder, si ya me los había leído… y cuando te quieres dar cuenta estás a las puertas de Moria, pertrechado únicamente con unas hojas de lembas y un lápiz amarillo. Todo está lleno de inscripciones élficas: LILLANGEN PAX DRAMMEN, BESTÅ FRAMSTÅ. Y tú que te has dejado el diccionario de síndarin en casa. Ay, inocente…
La ventaja de Frodo es que se fue a Mordor con tres colegas; pero tú vas con tu hobbitesa del alma. Imaginad a Frodo llegando a Rivendel con la señora Bolsón. En lugar de ir directo al Pony Pisador, le toca ponerse a ver sofás. ¿Pero no veníamos por una estantería? Pues no, mira qué ideales estos sofás. Debe ser el ojo de Sauron, que le susurra desde Barad-Dûr: “serie EKTORP, serie KIVIK, KRAMSFOR serie de piel…”
Tú esperas que al menos el lápiz se ponga a brillar con luz azulada en presencia de la estantería y puedas salir de allí cuanto antes, pero no hay manera. Primero hay que recorrer toda la Tierra Media. Y mientras tanto, ella va haciendo acopio de elementos im-pres-cin-di-bles. Un cesto para el pan. Un marco de fotos. Unas velas aromáticas.¡Mira, una lámpara como la de los Brandigamo! Tú con tal de llegar al Monte del Destino y terminar, le vas diciendo que sí a todo.
Por suerte, cuando ya piensas que estás irremisiblemente perdido, descubres que los orcos del subsuelo lo tienen todo organizado en pasillos y estanterías ferpectamente numerados. Te deslizas sigilosamente entre esas montañas de aluminio galvanizado y, sorteando los últimos peligros, cumples con tu misión, exhausto pero triunfante.
La segunda vez que vas a Ikea es como si Frodo tuviera que volver a Mordor. Y entonces vas y dices: “Si ya sé cómo funciona esto: llamamos a las águilas, que nos lleven volando al volcán, tiramos el anillo, y a otra cosa mariposa”. Pues no, majete. Otra vez a pasar por Rivendel, Moria, la Ciénaga de los Muertos, y su puta madre. Además (y eso sí que te da mala espina) te llama Gandalf (o tu cuñado, en su defecto) y te deja su coche, un modelo ranchera que con los asientos abatidos puede cargar a varios ents laminados y empaquetados. Porque claro, todo préstamo tiene su precio. Cuando los hobbits de la Comarca se enteran de que vuelves a casa de Sauron te endosan una serie de peticiones: uno quiere la espada ESCÅBECHINÅ, que fue forjada por los enanos de Eriador, referencia 1092.22.2882.4. Otro, una pipa de madera de boj modelo PETÅ, típica de Gondor, 233.22.11243.4… Ahora entiendes lo que significa la pesada carga del anillo, y por qué Frodo se fue con los elfos a los puertos grises para no volver.
Cuando vas recorriendo los viejos caminos de Osgiliath te das cuenta de lo que significa llevar un coche más grande. Ahora, cada vez que se aproxima a ver un sofá, te quedas paralizado por el picotazo de Ella-Laraña. ¡Por los cuernos de Saruman! ¡Está calculando las dimensiones del sofá! Como le quepa en el maletero estoy perdido… ¿Qué hace mirando un colchón? Porque como aquí todo se mide en yardas élficas, tendremos que comprar también su somier, fundas, sábanas… (aquí te entra un sudor frío)…¿un edredón nórdico?
Y sin embargo, una vez allí le vas cogiendo el gustillo. Tienes una extraña sensación de estar perfeccionando un arte arcano reservado a unos pocos elegidos. Vas conociendo los caminos, los atajos, el misterioso órden subyacente. Ya distingues, de lejos, un uruk-hai de un orco de Mordor. No te sobran palitos cuando terminas de montar un EXPEDIT de 5 x 5. Y el pringao de Gandalf, que se creía un maestro de la brujería porque sabía que te puedes tomar varios cafés pagando sólo uno, y tú ya eres capaz de hablar con una balrog virtual vía palantir. Sin darte cuenta, te ves un día en tu casa usando el planificador de armarios, anhelando que llegue el momento de volver a Mordor con una lista de productos impresa en varias páginas… Sauron se frota las manos.
Que levante la mano el que no empezó esta historia con una puta estantería.